sábado, 27 de diciembre de 2014

La única gente que me interesa es la que está loca


“Termina siempre así, con la muerte. Pero antes, hubo vida. Escondido debajo del bla, bla, bla, bla. Y todo sedimentado bajo los murmullos y el ruido. El silencio y el sentimiento, la emoción y el miedo. Los demacrados, caprichosos destellos de belleza. Y luego la desgraciada miseria y el hombre miserable. Todo sepultado bajo la cubierta de la vergüenza de estar en el mundo. Bla, bla, bla, bla. Más allá, está el más allá. Yo no me ocupo del más allá. Por tanto, que esta novela dé comienzo. En el fondo, es sólo un truco. Sí, es sólo un truco.” TONI SERVILLO - Jep Gambardella
 



Ese año buscaba compañera de piso y al anuncio que publiqué en internet se presentó ella en la puerta de mi casa fumando, cuando hacía mucho que ya no se fumaba en espacios cerrados, y con una chaqueta de leopardo. Y se quedó a vivir un año entero.


Diana era como un cohete a punto de estallar. De esas personas que siendo magnéticas, en determinados momentos prefieres que se alejen de tu exquisita normalidad porque te desestabilizan, ¡y yo sólo quería un poco de estabilidad!

Pero Diana tenía muchas cualidades a las que no podías renunciar: Poner siempre la canción adecuada, tener siempre los ojos muy abiertos, arrancarte risas de buena mañana desaflojando de un golpe el nudo que tenías en el estómago hacía un minuto o dar a entender que todo a su alrededor le parecía una broma. Aunque no fuera verdad.

Para ella no existía el aburrimiento, ni los domingos de relax, ni por supuesto quedar para tomar un café. Ella nunca utilizaba el verbo descansar en primera persona.
También parecía que nunca entristecía, si acaso se enfurruñaba, si acaso explotaba en un arrebato de ira y lanzaba cosas por los aires, como en las pelis, como siempre has querido hacer pero nunca te has atrevido. No he conocido nunca a nadie que destrozara con tanta facilidad los teléfonos móviles que iba adquiriendo; a veces se le caían, a veces lo lanzaba al suelo con furia, culpándole de la conversación que acababa de tener.

Ese año que compartimos techo, nevera y playlist de Spotify, nos convertimos en grandes amigas, o quizás no, y sólo fue una ilusión mía. Me sentía fascinada por su personalidad, su hiperactividad, sus “ganas de todo al mismo tiempo” y toda esa inteligencia proyectada en sus ojos verdicastaños.

Ella era feliz siempre en movimiento, como una peonza, como la bolsa de American Beauty, meciéndose bellamente. Ella era como las cataratas de Iguazú, que al romperse producían un inmenso arco iris. She´s like a rainbow.

Cuando salía de la oficina siempre tenía un millón de cosas que hacer. Cada día de la semana había un plan diferente. ¿Quién dice que los lunes noche eran aburridos habiendo concierto en Café La Palma?, los martes partida de póker, los miércoles clase de teatro...

Cuando Diana aparecía en una fiesta, una reunión de trabajo o un bar, todo el mundo se alegraba secretamente porque sabían que algo emocionante iba a pasar. Era única en entablar conversación con personas a las que no conocía de nada, relatar anécdotas increíbles, imitar acentos e improvisar monólogos.

Junto a ella me sentía alguien más importante. Como si el ser amiga suya me infundiera un halo divino; me sentía como se debía sentir la más `guay´ del instituto a la salida de clase.

Mis amigos y conocidos me llamaban más que nunca para hacer planes y no colgaban sin antes preguntar: ¿vendrá Diana también?



Y yo era incapaz de no dejarme convencer para organizar todo tipo de planes absurdos o fiestas temáticas cada viernes. Y los sábados a mediodía, cuando amanecíamos con la casa arrasada como si hubiera explotado la bomba de Hiroshima, yo me prometía con el puño en alto modo Scarlett O´Hara que era la última fiesta… pero el propósito me duraba justo una semana.

Jamás hubo nada tan sagrado en su credo como los viajes y la música en directo. Con ella me aficioné a recorrer algunos de los principales festivales indie del país. Ésos que tanto me hicieron reír y bailar pero a los que no volvería hoy (sin hotel mediante) ni a tiros. Ella siempre sabía mucho más de música que tú y así te lo dejaba claro siempre que encontraba la oportunidad.

Aunque no era estrictamente guapa, Diana era atractiva como un imán y cuando entrábamos en los bares, si alguien se había permitido la desfachatez de no reparar en ella, al poco quedaba atrapado como una luciérnaga en la luz de su órbita.

Creo que una vez, en aquel año en el que vivimos intensamente, alguien le hizo perder la cabeza, pero sencillamente no le venía bien o no tenía tiempo; el mundo era demasiado grande, las noches eran largas y el tiempo escaso. Era justamente esa inmensa indiferencia que manejaba hacia las relaciones afectivas, uno de sus grandes atractivos.

Seguirla era misión imposible; lo intenté varias veces y me quedé exhausta, perdí varios kilos, me quede en “ná”. Y eso que ella corría de un lado a otro subida a taconazos de diez centímetros, casi siempre con los cascos de música, como si el silencio le agobiara.

Y cuando llegó septiembre, lanzó una moneda al aire y decidió irse a trabajar a Berlín. Como si volver a pasar por las cuatro estaciones bajo el mismo techo fuera un déjà vu, una claudicación. Y aunque prometimos estar en contacto, sabía que no ocurriría.

Han pasado ya varios años y hoy me he acordado de Diana. ¿Qué le divertirá ahora?, ¿qué lugares le quedarán por viajar?, ¿qué acontecimientos le pondrán los pelos de punta?, ¿se habrá dado licencia a sí misma para enamorarse?

Y no sé si Diana vivía muy deprisa, si vivió demasiado o si se olvidó de vivir. Lo que único real es que cuando se fue con su abrigo de leopardo y con su estela a cualquier otra parte, las rutinas en mi casa se volvieron descafeinadas, se instauró el silencio y el sol, cabreado, me hizo durante un tiempo el vacío, no sin antes girarse y hacerme un corte de manga.



 

What Katie did. The Libertines


























2 comentarios:

  1. No sé cómo he llegado a acabar leyendo esta entrada, ni conozco a Diana ni a la autora de este blog, pero después de hacerlo solo le puedo decir una cosa: qué bien retrata usted.
    Bueno, y otra: las Dianas que he conocido en mi vida se han acabado estrellando o convirtiéndose en mamás molonas de verdad -no de las que se abren un blog para contar lo molonas que son.

    Un saludo
    Y si sabe algo de ella algún día, nos lo cuente.

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    1. Un placer Marulia y muchas gracias. Cierto que no nos conocemos pero seguro que sería divertido. Gracias por tus comentarios y un abrazo!

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