sábado, 27 de diciembre de 2014

La única gente que me interesa es la que está loca


“Termina siempre así, con la muerte. Pero antes, hubo vida. Escondido debajo del bla, bla, bla, bla. Y todo sedimentado bajo los murmullos y el ruido. El silencio y el sentimiento, la emoción y el miedo. Los demacrados, caprichosos destellos de belleza. Y luego la desgraciada miseria y el hombre miserable. Todo sepultado bajo la cubierta de la vergüenza de estar en el mundo. Bla, bla, bla, bla. Más allá, está el más allá. Yo no me ocupo del más allá. Por tanto, que esta novela dé comienzo. En el fondo, es sólo un truco. Sí, es sólo un truco.” TONI SERVILLO - Jep Gambardella
 



Ese año buscaba compañera de piso y al anuncio que publiqué en internet se presentó ella en la puerta de mi casa fumando, cuando hacía mucho que ya no se fumaba en espacios cerrados, y con una chaqueta de leopardo. Y se quedó a vivir un año entero.


Diana era como un cohete a punto de estallar. De esas personas que siendo magnéticas, en determinados momentos prefieres que se alejen de tu exquisita normalidad porque te desestabilizan, ¡y yo sólo quería un poco de estabilidad!

Pero Diana tenía muchas cualidades a las que no podías renunciar: Poner siempre la canción adecuada, tener siempre los ojos muy abiertos, arrancarte risas de buena mañana desaflojando de un golpe el nudo que tenías en el estómago hacía un minuto o dar a entender que todo a su alrededor le parecía una broma. Aunque no fuera verdad.

Para ella no existía el aburrimiento, ni los domingos de relax, ni por supuesto quedar para tomar un café. Ella nunca utilizaba el verbo descansar en primera persona.
También parecía que nunca entristecía, si acaso se enfurruñaba, si acaso explotaba en un arrebato de ira y lanzaba cosas por los aires, como en las pelis, como siempre has querido hacer pero nunca te has atrevido. No he conocido nunca a nadie que destrozara con tanta facilidad los teléfonos móviles que iba adquiriendo; a veces se le caían, a veces lo lanzaba al suelo con furia, culpándole de la conversación que acababa de tener.

Ese año que compartimos techo, nevera y playlist de Spotify, nos convertimos en grandes amigas, o quizás no, y sólo fue una ilusión mía. Me sentía fascinada por su personalidad, su hiperactividad, sus “ganas de todo al mismo tiempo” y toda esa inteligencia proyectada en sus ojos verdicastaños.

Ella era feliz siempre en movimiento, como una peonza, como la bolsa de American Beauty, meciéndose bellamente. Ella era como las cataratas de Iguazú, que al romperse producían un inmenso arco iris. She´s like a rainbow.

Cuando salía de la oficina siempre tenía un millón de cosas que hacer. Cada día de la semana había un plan diferente. ¿Quién dice que los lunes noche eran aburridos habiendo concierto en Café La Palma?, los martes partida de póker, los miércoles clase de teatro...

Cuando Diana aparecía en una fiesta, una reunión de trabajo o un bar, todo el mundo se alegraba secretamente porque sabían que algo emocionante iba a pasar. Era única en entablar conversación con personas a las que no conocía de nada, relatar anécdotas increíbles, imitar acentos e improvisar monólogos.

Junto a ella me sentía alguien más importante. Como si el ser amiga suya me infundiera un halo divino; me sentía como se debía sentir la más `guay´ del instituto a la salida de clase.

Mis amigos y conocidos me llamaban más que nunca para hacer planes y no colgaban sin antes preguntar: ¿vendrá Diana también?



Y yo era incapaz de no dejarme convencer para organizar todo tipo de planes absurdos o fiestas temáticas cada viernes. Y los sábados a mediodía, cuando amanecíamos con la casa arrasada como si hubiera explotado la bomba de Hiroshima, yo me prometía con el puño en alto modo Scarlett O´Hara que era la última fiesta… pero el propósito me duraba justo una semana.

Jamás hubo nada tan sagrado en su credo como los viajes y la música en directo. Con ella me aficioné a recorrer algunos de los principales festivales indie del país. Ésos que tanto me hicieron reír y bailar pero a los que no volvería hoy (sin hotel mediante) ni a tiros. Ella siempre sabía mucho más de música que tú y así te lo dejaba claro siempre que encontraba la oportunidad.

Aunque no era estrictamente guapa, Diana era atractiva como un imán y cuando entrábamos en los bares, si alguien se había permitido la desfachatez de no reparar en ella, al poco quedaba atrapado como una luciérnaga en la luz de su órbita.

Creo que una vez, en aquel año en el que vivimos intensamente, alguien le hizo perder la cabeza, pero sencillamente no le venía bien o no tenía tiempo; el mundo era demasiado grande, las noches eran largas y el tiempo escaso. Era justamente esa inmensa indiferencia que manejaba hacia las relaciones afectivas, uno de sus grandes atractivos.

Seguirla era misión imposible; lo intenté varias veces y me quedé exhausta, perdí varios kilos, me quede en “ná”. Y eso que ella corría de un lado a otro subida a taconazos de diez centímetros, casi siempre con los cascos de música, como si el silencio le agobiara.

Y cuando llegó septiembre, lanzó una moneda al aire y decidió irse a trabajar a Berlín. Como si volver a pasar por las cuatro estaciones bajo el mismo techo fuera un déjà vu, una claudicación. Y aunque prometimos estar en contacto, sabía que no ocurriría.

Han pasado ya varios años y hoy me he acordado de Diana. ¿Qué le divertirá ahora?, ¿qué lugares le quedarán por viajar?, ¿qué acontecimientos le pondrán los pelos de punta?, ¿se habrá dado licencia a sí misma para enamorarse?

Y no sé si Diana vivía muy deprisa, si vivió demasiado o si se olvidó de vivir. Lo que único real es que cuando se fue con su abrigo de leopardo y con su estela a cualquier otra parte, las rutinas en mi casa se volvieron descafeinadas, se instauró el silencio y el sol, cabreado, me hizo durante un tiempo el vacío, no sin antes girarse y hacerme un corte de manga.



 

What Katie did. The Libertines


























jueves, 2 de octubre de 2014

Razones por las que sí



1.Porque llevas pijamas rollo ochentero y sigues estando guapísimo.


2. Porque cada día te quiero más, chovi, chova…

3. Porque me animas a que me convierta en la mejor versión de mí misma.

4. Porque me aguantas incluso en esos días en los que no me aguanto ni yo.

5. Porque llamas a tu abuela y te tiras hablando con ella cincuenta minutos de reloj.

6. Porque haces mi mundo mucho más grande y mucho más interesante.

7. Porque sabes de todo y lo que no sabes te lo inventas con una seguridad aplastante.

8. Porque tienes “pelazo” y aunque te empeñas en peinártelo a lo Paco Umbral, estás mucho más guapo despeinado.

9. ¡Porque no te gusta el futbol!, ¡No te gusta! Y por tanto, no te gusta el Marca, no te pasas horas hablando del partido de ayer y por supuesto, no dejas de hacer planes porque sea la final de la Champions. Maravilloso.

10. Porque tampoco te gustan los videojuegos, ni roncas.

11. Porque aunque me gustan los ratos de estar sola, a mi rollo, contigo estoy mil veces mejor.

12. Porque juntos lo pasamos bomba cañón.



13. Porque tus padres son parecidos a los míos: normales y muy, muy buena gente.

14. Porque muchas veces te despiertas diciéndome que has vuelto a soñar que teníamos un perro.

15. Porque los muebles en tu cabeza están muy bien dispuestos, con decoración Feng Shui. Y a veces tu decorador viene a la mía a poner algo de orden.

16. Porque para mí no existe un lugar mejor que aquí solamente los dos.

17. Porque hablas con mis padres de todo: de mercados internacionales, de cómo preparaste la merluza el otro día, etc.

18. Porque entre nosotros existe física, química y literatura.

19. Porque eres capaz de verme mucho mejor de lo que soy en realidad.

20. Porque tienes una voz profunda y cantas muy parecido a Frank Sinatra.

21. Porque, como dirían las folclóricas: “eres una gran persona y un gran ser humano”.

22. Porque desde que vivimos en Madrid te has convertido en mi familia.

23. Porque cuando llegas o llego a casa después del trabajo, mi corazón se pone a dar saltitos.

24. Porque la casa sin ti es una oficina, y cuando vuelves hay fiesta en la cocina.

25. Porque me animas a que escriba cosas serias y me deje ya de “moñadas”, pero aun así, te las lees todas.

26. Porque preparas espectaculares paellas, cocidos y arroces al horno.

27. Porque intentas que nos cuidemos un poco.

28. Porque no generas un cisma, si no que te hace gracia, que sea un poco desordenada o que me zampe una tableta de chocolate Nestlé del tirón.

29. Porque te entusiasmas con los planes urbanitas que te propongo.

30. Porque hace ya años en un autobús tras un curso de trabajo, te pasé los cascos para que escucharas una canción y tiempo después me confesaste que ahí te enamoraste de mí.



31. Porque tu mirada siempre está llena de ilusión y de ganas de hacer cosas.

32. Porque antes de atreverte a darme un beso por primera vez, me pediste que algún día nos tomáramos un café y supe que lo nuestro prosperaría.

33. Porque eres “guapote”, “fuertote” y estás “buenote”.

34. Porque eres generoso.

35. Porque tienes un millón de amigos y eso es un KPI que me parece realmente valioso.

36. Porque toleras bien que me tire una hora colgada al teléfono con Sandra y con Juanjo.

37. Porque mi hermana te adora, y eso te aseguro que no siempre es fácil.

38. Porque nos reímos mucho con nuestras recíprocas chorradas y con las que hemos inventado a medias.

39. Porque el futuro contigo se presenta eléctrico, efervescente y colorful.

40. Porque cuando bailas estás súper sexy.

41. Porque tienes elegancia natural (en el sentido amplio de la palabra).

42. Porque somos felices viviendo en nuestro pisito malasañero de cuarenta y cinco metros cuadrados.

43. Porque quien sabe si acabaremos viviendo en Madrid, Valencia, Singapur o Muelas de los Caballeros (Zamora), lo que es seguro es que estaremos “junticos”.

44. Porque pasas bastante del mundo digital y estás mucho más centrado en la magia del mundo analógico.

45. Porque guenguenngue, guennnnngueeeee….

46. Porque aunque me dices que sí lo eres para que me ría, no eres nada atormentado.

47. Porque eres un “animao” y te apuntas a un bombardeo.

48. Porque nos encanta descubrir grandes temas del pop español como éste:


49. Porque somos más de desgastar las suelas de los zapatos que de quedarnos en casa con la peli y la mantita.

50. Porque tu tía Mari le prepara tartas sin gluten a mi padre y le regala cositas a mi sobrino.

51. Porque me gusta que viajemos lejos, cuando más lejos mejor.

52. Porque aunque siempre acabas poniéndote malo, no dudas en probar todo tipo de especialidades y bichos variados en cualquier mercadillo del mundo.

53. Porque no me tratas como a una persona normal – Oscar Wilde dixit.

54. Porque estás hiperatractivo cuando te pones a hablar en italiano.

55. Porque eres un estupendo profesional y tu equipo te quiere y valora.

56. Porque aunque nadie es perfecto, tú eres pluscuamperfecto.

57. Porque en invierno te metes en la cama primero para calentar mi lado y así que yo la encuentre tibia, sufriendo tú por partida doble las sábanas heladas.

58. Porque te admiro a lo bestia.

59. Porque me cuentas que eras un niño comilón y responsable y siempre pienso que ojalá te hubiera conocido cuando éramos unos críos.

60. Porque quién nos lo iba a decir cuando nos conocimos.

61. Porque me demostraste que quien la sigue la consigue.

62. Porque te quedan genial las pajaritas (mucho mejor que al de la foto. ¡Dónde va a parar!)


63. Porque me has demostrado que aunque vivir en Neverland mola, es más emocionante ir pasando pantallas en este videojuego en el que habitamos.

64. Porque aunque yo aún no, tú te mueres de ganas de que tengamos un “poroto” o una “porota”.

65. Porque suddenly in my mind, there are several plans, to settle down with a “wife” and kids, what else could I need?



66. Porque te pones en modo Pepito Grillo para que ahorremos un poco.

67. Porque te encantan los animales y tienes algunas cualidades que son más de perro que de persona, como la lealtad y el amor incondicional.

68. Porque como dijo Neruda, a nadie te pareces desde que yo te amo.

69. Porque tu risa es la mejor medicina cuando yo estoy hecha una pena.

70. Porque sabes que no me sienta bien madrugar, ni los domingos por la tarde y por ello me suministras extra de cariñitos.

71. Porque me haces bailes por las mañanas.

72. Porque eres valiente y compensas mi cobardía natural.

73. Porque a tu padre le encanta el vino como a mí y siempre se preocupa de que en las comidas familiares mi copa esté llena de vinito del bueno.

74. Porque me haces ver la copa medio llena.

75. Porque tu madre Chelo cocina mejor que Jordi Roca.

76. Porque la vida a veces es bastante perrilla, pero una palabra tuya basta para sanarme.

77. Porque a veces te quedas absorto observando un artilugio y al momento me explicas cómo demonios funciona. 

78. Porque has enriquecido mi vocabulario con palabras como Lean Manufacturing, Underwriting, Claims pack Capex u Opex.

79. Porque me das consejos reconfortantes sin pretender aleccionarme ni cambiarme.

80. Porque mis problemas para ti son asuntos de Estado y nadie me mira, ni me escucha como tú lo haces.

81. Porque (con permiso de Juanjo), te has convertido en mi mejor amigo.

82. Porque eres un profesional gigante.

83. Porque todos los días me dices un mínimo de cinco piropos, incluso con careto de recién levantada, cuando es claramente mentira.

84. Porque sufres si yo sufro.

85. Porque hablo de ti cuando no estás y porque sé que hablas de mí cuando no estoy.

86. Porque tú me completas.

87. Porque tienes algo que pocos tienen y para ello basta abrir un periódico o hurgar en el funcionamiento de muchas organizaciones: actúas con ética y con responsabilidad. 

88. Porque formamos un equipazo.

89. Porque mis amigas me dicen que “les he costado mucho de criar”, pero que ha merecido la pena.

90. Porque dormimos tan juntos, que amanecemos siameses.

91. Porque cuando te pregunto si te gusto más que Adriana Lima y Charlize Theron juntas, me dices que por supuesto! (…) 

92. Porque no eres nada metrosexual.

93. Porque aunque te fías más de mi gusto musical que de mi gusto cinematográfico, casi siempre acabo eligiendo yo las películas.

94. Porque una copita de vino, unos anacardos, tú, yo, y el mundo queda arreglado en una hora. 

95. Porque si dicen tu nombre, mi corazón se altera.

96. Porque you´re always on my mind.

97. Porque hay un millón más de razones más para el sí.

98. Porque tampoco es plan de enumerarlas todas aquí, oiga…

99. Porque nos queda mucho por vivir.

100. Porque habrá que hacer una gran fiesta para celebrar este amor, ¡digo yo!







miércoles, 3 de septiembre de 2014

El Plan B



Así es. Ya estamos de vuelta, y la ciudad que parecía estar descansando en paz relativa, comienza de nuevo a sobredimensionarse, a engrasar la maquinaria del follón y la farra y a vivir por encima de sus posibilidades.

Y confieso, oh pecadora, que la he echado algo de menos y que me apetecía ya un poco de asfalto y de summer in the city (porque sigue siendo verano todavía). Y los últimos días ya me hacía Madrid encima, y nada de depresión postvacacional, ni pena, ni nada.

Septiembre se nos ofrece como una doncella con su mundo entero de posibilidades y cosas que hacer, especialmente porque nos embarga esta sensación extraña que nos hace creer que podemos con todo lo que nos echen. Además nos sentimos renovados y purificados. Es como darse una larga ducha tras una noche de excesos. 

Madrid en Septiembre está radiante. Así de bien lo expresó el señor Jesús Terrés en su muy recomendable blog “Nada Importa” hace un año:

Y es que Madrid es Madrid todo el año, pero nunca Madrid es tan Madrid como en septiembre. Las calles se desperezan, caen las primeras gotas de este otoño que se cuela entre las sábanas y tintinean las copas en la barra caoba del Cock. Una más. La penúltima. El Madrid de los atardeceres imposibles, los hermanos Alcázar en la Gran Vía y las niñas con sudario en la mesita bebiéndose Juan Bravo.

Tengo ganas de hacer planes por la ciudad y pasarme por algunos lugares que tengo pendientes. Pongamos que hablo de Madrid:

Pasear otra vez por el Jardín Botánico, pero esta vez sin prisas y al salir, tomar algo en el Café de La Fábrica. Visitar, bien entrada la madrugada, el famoso local Toni 2, donde cuenta la leyenda, algunos amigos y hasta en su web, que personas y personajes de toda calaña se reúnen cada noche alrededor de un piano en un ambiente mitad kitsch, mitad mágico y ocurren cosas extraordinarias.

Quiero pasar a ver la estatua dedicada al Ángel Caído en El Retiro y quiero visitar, si aún estoy a tiempo, la exposición de los `Mitos del Pop´, en el Thyssen. 

También tengo pendiente ver alguna peli en los cines Renoir. Y no sé si el estreno será en septiembre, pero me muero de ganas de ver la peli Ma Ma de Julio Medem, que cuenta con Luis Tosar, Penélope Cruz y Asier Etxeandia en su reparto, y con BSO de Alberto Iglesias. 

Y por supuesto, están aún todas las terrazas abiertas de par en par para que al caer la tarde y este bochorno insoportable nos dé una tregua, podamos juntarnos, reír un rato y contarnos el verano.




Hubo un tiempo en que mi verbo favorito era “fluir”, y sin embargo sé muy bien que es efectivo y sano apuntarse los propósitos y planes para el nuevo curso. Solemos decir los psicólogos que hay que elaborar un plan de acción de vida y mantenerse enfocado hacia los objetivos propuestos en el mismo. Habrás escuchado alguna vez que los objetivos deben estar bien definidos y deben ser SMART (specific, measurable, achievable, realistic, timely).

Y sin embargo, el otro día hablaba con mi mejor amiga Sandra que llevaba casi tres años viviendo en Londres y ha vuelto a Valencia algo precipitadamente por un asunto. Me hablaba de qué planes tenía para este año y acabó diciéndome:

- Pero bueno, ya veremos qué pasa… y si no sale eso, pues recurriré al plan B… que al final, ¡yo siempre he sido más de los planes B! – dijo riendo.

Y pensé que tenía razón, que en la vida aunque nos planifiquemos, muchas veces las cosas no acaban saliendo como las habíamos pensado ni apuntado. Porque tampoco depende todo de nosotros, ni manejamos los hilos del mundo. Y tampoco significa que eso sea peor. O a lo mejor sí lo es, pero qué se le va a hacer, la vida no es perfecta, ni es un proyecto con deadlines y con cronograma, ni mucho menos es una agenda con portada molona de Mr. Wonderful. Qué va.

Así que desde aquí, sin ánimo de parecer agorera, reivindico el plan B, hacerle hueco como posibilidad plausible, sin que ello nos angustie. Porque algunas veces gloriosas nos ha sorprendido y aunque no era mejor que el plan inicial, va y resulta que nos hizo más felices. Otras quizás no tengamos ni plan, ni plano, así que ya que estamos, reivindico un pelín de caos, de improvisación y de espacio para la sorpresa, lo diferente y los pasos sin brújula, para que la vida sea como los latidos, con instantes de contracción y de expansión.

Y si se me permite, barajar también la opción de una forma de vida que no se ciña a la del plan A mainstream, por todos conocida.



Les deseo un feliz año nuevo que comienza justo ahora. Y les dejo con la canción que he estado escuchando mientras tecleaba y ha sonado unas cuantas veces en modo obsesivo, hasta la extenuación.




Aeroplane paper. Angus & Julia Stone.

lunes, 4 de agosto de 2014

Agujeros Negros



Viajaré hasta el fin de la noche, derribando todas las fronteras, bajo un cielo azul de terciopelo, soñaré que ya no tengo miedo. Agujeros negros llenan el espacio, cuartos oscuros, esto se ha acabado.
Agujeros negros. La Habitación Roja


He pasado unos días en Valencia antes de instalarme en este retiro al lado del mar en modo dolce vita, dolce far niente. Después de comer pasaba algunos ratos en Ubik, la cafetería-librería favorita de mi barrio de Ruzafa, pero la música solía estar demasiado alta y yo sentada con mi ordenador o libro con pose hipster, me sentía algo incómoda y poco inspirada.

Me gusta pensar que tengo dos vidas, una en Valencia y otra en Madrid. Aunque en verdad, hay muchas más vidas dentro de cada uno.

En este tiempo que ahora habito, en el que tengo poco que hacer y no tengo hijos, a pesar de que estoy en la edad en la que perfectamente podría tener ya dos o tres y que el mayor estuviera a punto de hacer la comunión, me siento como una especie de extraterrestre en mitad de este universo de amigas y amigos que no les da la vida entre intentar criar a sus hijos, ser buenos profesionales y dormir un rato. Me pregunto si cuando los tenga, dejaré de ocupar el rol de hija y adquiriré de golpe el de madre. Y si eso implicará que la mía pasará de llamarme para preguntar si me alimento bien, prescindirá de prepararme tuppers cuando vaya a Valencia y tendré que relevarle y aprender yo a preparar las exquisiteces que se esconden en el interior de los tuppers maternos. ¿Seré capaz?, ¿me tocará hacer un intensivo estilo Masterchef de comidas tradicionales? “Macarena, las albóndigas están ricas de sabor pero el emplatado en el tupperware no me parece de recibo”.

Por ahora, los únicos seres vivos a mi cargo son dos plantas que habitan silenciosas en nuestra pequeña casa de Madrid y a las que de vez en cuando se me olvida echar agua, y las pobres, llaman mi atención desprendiéndose de alguna hojita para hacerme caer en la cuenta de que están pochas y sedientas.

Los días pasados en Valencia aproveché para darme un baño de multitudes, y al pasar un rato con los amigos de siempre recibía de cada uno su frasquito de energía, como si de un Actimel se tratara, que me hacía salir de tal o cual bar con el sistema inmunitario a tope. Estoy plenamente convencida de ese efecto saludable que producen algunas personas de elevar mis defensas naturales al hacer mi risa estallar.

Siempre pienso que el post que escribo será el último y echaré el cierre a este chiringuito sin mar ubicado en Madrid, que es este blog. Que no tengo nada que contar porque, no nos engañemos, tampoco leo tanto, ni escribo tanto como para tener el músculo entrenado, ni tengo tanto mundo interior. Porque la verdad, yo soy más del mundo exterior.

También pienso mucho si estaré haciendo bien las cosas o debería hacer como parece que hacen los demás. Y para ello observo el termómetro social, es decir el Facebook, y extraigo sesudas conclusiones sociológicas. Los hay que suben fotos con atuendos impecables para ir a la playa, otros lucen impresionante palmito; “es su momento” - pienso - tras un largo invierno de sacrificios en el gimnasio en el ocaso de la tarde, en ese rato en el que otros vamos derechitos al armario de las papas y los anacardos. Observo un poco más; hay abundancia de selfies, de pies en la arena, de “posados robados” en lugares paradisíacos, de copas de colorines y de noches en Ibiza. También hay algún surfero loco recorriendo los mares del Pacífico. Sin querer, los voy clasificando en aquellos que adolecen del fenotipo peterpanesco de los que no, y en general me parece una labor bastante sencilla. 

Me consuela pensar que este impasse que estoy viviendo ahora debe ser sano para mí. Mi ex jefa Marta contó hace poco en la presentación de su libro: “Entrena tu cerebro”, que éste necesita periodos de “no hacer nada”, porque sólo en esos momentos, alejados del estrés y de que la mente esté focalizada en algo concreto, es cuando se producen los llamados momentos ajá. Lo malo es que en esos momentos de lucidez no solemos llevar encima una libreta o una grabadora para retenerlos. A todos nos ha pasado tener una buena idea en alguna de las B´s: bed / bathroom / bike.

Así que mi cerebro está ahora más en calma chicha que nunca, fluyendo y mecido por las olas de los días sosegados a orillas del mediterráneo. Supongo pues, que esto deber ser para bueno para mí y mi capacidad de estar aquí contigo en esta conversación, sin que caduque y sin estar preocupada porque se hace tarde y me tengo que ir a cenar, deteniendo el paso del tiempo.

Puede que también me sirva como cura de humildad, aunque creo de verdad que tampoco me hacía falta (vale, ya sé que no queda nada humilde decir esto). Me refiero a que muchos de los que viven en la capital van por ahí pisando fuerte y con la cabeza bien alta, como si fueran las nadadoras de natación sincronizada cuando salen a escena y desfilan antes de lanzarse a la piscina. Aunque a lo mejor, como ellas, detrás del maquillaje waterproof y la sonrisa dibujada, tienen miedo, como todos. Pero es como si el hecho de vivir bajo el champiñón tóxico de Madrid les generara a muchos un halo especial, cierta superioridad con respecto al resto de territorio patrio.

Y yo ahora estoy viviendo a ratos como si hubiera roto la lista de los deberes pendientes. Estoy viviendo la vida con la agenda en blanco y no está del todo mal. Pero prometo que sólo será una época y que luego ya no me permitiré estas licencias.

Ayyyyyy… acechan atisbos de melancolía en este domingo por la tarde, aunque sea domingo de agosto y yo en estos momentos me creo un poco poeta maldito, en plan Rimbaud o algo así, y me da por ponerme canciones de Nacho Vegas, María Callas o Bunbury. Cuando mi hermana y yo vivíamos bajo el mismo techo y escuchaba que yo ponía canciones melancólicas porque sabía que andaba depre por algún amorío, corría a mi cuarto y me decía: “va, no te pongas canciones tristes, que es peor…” Pero la melancolía de domingo tarde era la que me hacía ponerme a escribir en la parte de atrás de las libretas del cole y eso, digo yo, era una pequeña victoria.

Ojalá me dejará de “rollos macarenos” (Juanjo dixit) y me sumergiera del todo en la vida contemplativa, sin sentirme un poco culpable.

Ahora sí, ya no aguanto más, este bar está a reventar. Se levanta la sesión. Pero de despedida te pongo esta canción que es maravillosa:




Aunque no sea conmigo. Bunbury











miércoles, 2 de julio de 2014

El mejor verano de nuestra vida




Tienen razón los que dicen que “todo pasa en verano”. Reconozcamos que el resto de estaciones son sólo un trámite, un preludio, un hacer tiempo y echar el rato de la mejor manera posible. Y además a estas alturas de la película ya hemos descubierto que disfrutamos mucho más si han existido previamente días grises e inviernos largos. Somos así de idiotas.

Viendo al grupo “Milagroso” en El perro de la parte de atrás del coche, Pedro anunció que la siguiente canción que iban a tocar era sobre `el mejor verano de nuestra vida´. Ése que nos cambió para siempre. Le di un sorbo a la cerveza que tenía como única compañía y un puñado de postales de algunos de mis veranos saltaron por los aires como si una mano invisible las hubiera desordenado.



Habitar (casi siempre) cerca del Mare nostrum. Viajar lejos es uno de los mayores placeres de esta vida, pero para mí no es verano del todo hasta que no me baño en él. Imprescindible. Por supuesto, mejor si es en una playa de rocas con poca gente, poco ladrillo alrededor y con unas gafas de bucear. Y que le voy a hacer si yo….

Llevar chanclas de playa desde que me levantaba hasta que llegaba la noche (a veces incluso todo el día, como único calzado).

Que hubiera calipos, twister normal, magnum frac y horchata granizada. Que no hubiera, seguro, twister choc ni frigo pie (Puajjj).

Poner esta canción con volumen muy alto en el “fordfi” a las ocho de la mañana en los últimos días de trabajo antes de agosto y conseguir así entrar en la oficina con buen rollo estival en vena. 

Azul casi luz. La Costa Brava

Y esta otra, justo antes de dormir, para soñar con las vacaciones:

Crema solar. Facto Delafé y las flores azules

De primero gazpacho, de segundo arrocito y de postre, melón.

Pasar todo el día en remojo como los garbanzos. Salir por la noche más que el camión de la basura y aguantar la resaca dignamente parapetados detrás de las gafas de sol.

Siesta gloriosa al aire libre, a la sombra de unos pinos o bajo una sombrilla. Sonido ambiente de pajaritos y olas de mar. Ondas cerebrales Theta y Alfa. En algunos casos, actividad cerebral más cercana a la de un berberecho. Incapacidad total de poder hablar antes de las seis de la tarde. 


Quedar a partir de esa hora con amigas y recordar los mejores momentos de la noche anterior; como contarle vida y milagros a ese chico que conocías sólo de vista, apostados en la barra del bar, y terminar haciendo propuestas de los nombres de nuestros hijos.

Pelo estropajoso y piel tostadita in crescendo.

Cumplir con la tradición de colarnos cada julio en el village de las regatas de Valencia y Denia. Aquella noche en que perdimos a mi amiga S. y la buscamos por todos lados hasta que apareció a las diez de la mañana durmiendo plácidamente al lado de una palmera. Fue una de las noches más angustiosas de mi vida, pero cómo nos hemos reído al recordarlo luego un millón de veces.

Lanzar una moneda al aire y que me tocara a mí acompañar a Rebe a ese concierto en Hyde Park que no olvidaré en toda mi vida.


El verano del amor y ese ramalazo hippie que a todos nos sale en verano.



Buena lectura, como Verano, de Coetze con un café con hielos.

Bordear Ibiza en un barco durante una semana sin apenas tocar tierra y lanzarnos cada mañana al agua para despejarnos de golpe en el único momento en que el Mediterráneo está fresco. Reconciliarme con la isla de mi infancia, que en los últimos tiempos sólo asociaba a Pocholo, Pachá, ciclaos, drogas y mojito aguado.

Presenciar el espectáculo del atardecer en Ses illetes (ahora considerada la sexta mejor playa del mundo) compartiendo una botella vino y un poco más tarde, el amanecer en el faro de La Mola. Bailar hasta que el sol estuviera alto y luego dormir en la playa (hasta hacernos a la brasa, vuelta y vuelta).

Unas clóchinas y una clarita con limón de aperitivo.

Encontrar la Ermita, convertida en lugar de encuentro de artistas, lugareños y conocidos en general, donde las estrellas se multiplicaban por quince y cada noche, espontáneamente ocurrían cosas; espectáculos, jam sesion y rituales. Un piano y Paraísos donde encontrarte.


Ese fin de semana en el que vivimos en una furgoneta y grabamos nuestra versión libre del anuncio de Estrella Damm con Summercat, y nos quedó mucho más divertida, aunque no estuviéramos ni la mitad de la mitad de buenos.

El verano en que conocí a Patri en el aeropuerto de Valencia y a partir de ahí, compartimos cama y mosquitera todo el verano.

Cuando viajamos en coche hasta la costa del Pacífico cantando a cuatro voces el hit La locura Automática, con rimas extraordinarias como ésta: Poco a poco pierdo la cordura, sin ti no estoy a la altura y tu ternura, sería la cura pa’ la amargura que me lleva hasta la locura :)

Descubrir Little Corn Island, donde no había ni coches, ni luz eléctrica y tras cenar pescado, Toña y bailar reggaetón, volver a la cabaña por un camino embarrado iluminado por la luna, con miedo y entusiasmo a partes iguales.


Hoy no queda casi nadie de los de antes, y los que hay, han cambiado, han cambiado…

Este verano será tranquilo. Habrá seguro algunas postales que se repetirán porque son mínimo común múltiplo y también habrá otras nuevas, como ver a mi sobrino “Gu” mojarse en el mar, rebozarse en la arena como un calamar, sonreír con su cara de dibujo animado manga y descubrir la mejor estación de la vida por primera vez.

Vas por ahí oliendo a verano.

Verano Averno. Tulsa

miércoles, 11 de junio de 2014

Los comienzos

“Mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura” 
Rayuela. Julio Cortázar


Lolita

Ahora que me da la impresión de que mi vida se llena de principios y de finales, me acuerdo de una historia que me contó Juanjo hace ya tiempo. Era una historia bastante nimia; estoy convencida de que en nuestras biografías hay bastantes historias mejores, más heroicas y más dignas de ser contadas. Pero es curioso como a veces conservamos detalles pequeños por caprichos de la mente, por rarezas sinápticas o por esa irracionalidad del duende loco que por la noche se dedica a limpiar y poner orden en la memoria, archivando, tirando trastos y guardando otros, por si acaso, para otras temporadas. Y a veces, conserva ciertos recuerdos aún sabiendo que no van a servirnos ya de nada, incluso puede que no nos hagan ningún bien, pero nos encanta conservarlos.  

Eternal Sunshine of the Spotless Mind

El caso es que me contó que ocurrió en su casa del barrio del Carmen, en la época en la que aún vivía con otro amigo como dos solteros felices y descuidados. Me dijo que era una noche de verano de estrellas centelleantes colgadas en el cielo. Que había comprado varias botellas de vino, pizzas, tomates y helado a discreción. Que había invitado a un grupo heterogéneo de amigos. Que era de esas noches en las que se olía que algo iba a pasar porque el corazón revoloteaba como un pájaro debajo de su camisa y que si se hubiera asomado por la ventana, casi seguro que habría visto caminar a los transeúntes por la empedrada calle Alta cantando Brown Eyed Girl, mientras chasqueaban los dedos y gritaban al compás: Sha la la la la la la la la la la, te da…

Sin saber por qué, uno de los amigos invitados trajo consigo a su hermana. Y hete ahí la variable de la ecuación, el motivo de tanta corriente eléctrica en el ambiente. Me contó Juanjo que la hermana era encantadora y monísima: rubita, delgada, de ojos color caramelo y con la piel con pinta de haberse pasado el día tomando el sol. Y mientras iba avanzando la cena y el vino y la conversación, y se acababa el vino, también se acababa el tiempo. Juanjo pensaba: Ayayayay… qué me enamoro como un chaval! 
Pasó otro rato, como una pompa de jabón, ella anunció que se retiraba porque al día siguiente tenía que estudiar y él se ofreció, como buen anfitrión, a acompañarle hasta el patio: “Seguro que ahora está cerrado”, dijo.


Píldoras Azules

Y así en la puerta de su casa y sin pensarlo mucho para que no se esfumara el momento, Juanjo le soltó un besazo, rezando para que no le rechazara, ni se asustara, ni le abofeteara… Mientras en la calle, el Carmen era una fiesta y él pensó que a estas alturas en la calle Alta estarían ya haciendo la conga.
Cuando Juanjo me lo contaba por teléfono en mitad de la conversación, me dijo: “fue tan bonito porque mientras comenzaba, ya se estaba acabando…” Y esta frase, que me dijo sin haberla pensando mucho y sin pretender que yo la retuviera ni un ratito, se me quedó en la cabeza en algún archivo o cajón absurdo donde el duende decidió guardarla, en el lugar reservado para guardar las claves del pin de mi móvil o de mi tarjeta de crédito, las cuales olvido a diario. 

Y en algunos de los momentos que vivo, me viene esa frase de golpe a la cabeza. Pienso por ejemplo, que disfruto tanto esta ciudad porque desde que empecé a vivir en ella, ya tenía la sensación de que se estaba acabando, aunque en realidad esto no lleva ningún camino de acabarse.
Hace poco más de un mes, una amiga me contaba un final que abría la puerta a un gran comienzo, y tras la segunda copa de vino en el bonito hotel Only You en la calle Barquillo, empezamos a hablar de comienzos de libros memorables. Los principios de los libros, como escuché contar hace poco a Carmen Posadas, “deben golpearte en el estómago”.
Y cuando das con un principio de libro que te engancha, lo disfrutas tanto como aquella historia, y te da un poco de pena porque de alguna manera ya se está acabando.

Así que ahí van algunos de mis comienzos preferidos. Advierto que la mayoría son comienzos universales, que tampoco soy tan original, ni tan underground:

1. El primero por excelencia: “Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo.Li.Ta.". Lolita. 
Cuando ya pensaba en escribir sobre los comienzos, durante una presentación en Tipos Infames, uno de los allí presentes habló de este comienzo. ¿Por qué es tan relevante? Porque además de su evidente belleza, en esas tres primeras líneas ya está descubriéndonos el carácter obsesivo y meticuloso de Humbert.

2. Otro comienzo, inevitable, muy poco original y sublime: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo". Cien años de soledad. Se ha escrito de todo acerca de la historia de la familia Buendía, de Macondo y de este comienzo. Creo que también le daría el premio al título de novela más bonito. Ahora mismo me ha asaltado la duda de si la “soledad” del título se refiere a la solitude ó loneliness, cosa que me ha aclarado Mr. Google al instante.

3. También de García Márquez, me encanta este comienzo: “El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5:30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo.” Crónica de una muerte anunciada. Me leí este librito en el trayecto de un avión, sin entender cómo es posible que acaben matando al pobre Santiago, si durante todo el libro están intentando avisarle de que lo van a matar. Hasta el propio asesino quería avisarle secretamente. Pero no hay forma.

4. El más naïf y el más obvio de los comienzos, pero es que este libro es inevitable: “Cuando yo tenía seis años vi en un libro sobre la selva virgen que se titulaba “Historias vividas”, una magnífica lámina. Representaba una serpiente boa que se tragaba a una fiera.” El Principito.

5. Aunque no es un libro que pertenezca a la literatura universal, este comienzo me parece magistral: “Siempre he sospechado que la amistad está sobrevalorada. Como los estudios universitarios, la muerte o las pollas largas". Cuatro Amigos.

6. Y al leer este comienzo, sabía que una historia inquietante me esperaba en las siguientes páginas: “Era un día luminoso y frío de abril y los relojes daban las trece”. 1984.

7. Se dice que Kurt Cobain estaba leyendo este libro cuando se suicidó a la edad maldita, los 27 años. También dicen que el asesino de John Lennon lo llevaba encima cuando se produjo el crimen: “Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso.” El guardián entre el centeno.

8. Imposible dejar de leer tras este comienzo: “Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto”. La metamorfosis.

9. Otro comienzo que es un puñetazo directo a la boca del estómago: "Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé”. El extranjero.

10. Ya nombré este libro cuando lo leí el verano pasado. Me enganchó y encantó de principio a fin: “Nací dos veces: fui niña primero, en un increíble día sin niebla tóxica en Detroit, en enero de 1960; y chico después, en una sala de urgencias cerca de Petoskey, Michigan, en agosto de 1974″. Middlesex. 

Y como he comenzado por el principio, ahora toca acabar con el final, con The Doors:


This is the End. The Doors.

(Ya rozamos la temporada de verano y pinta muy, muy bien.)