sábado, 11 de julio de 2015

Siempre quise ir a LA


El segundo día del viaje amanecí con un cóctel en mi cabeza a base de jet lag, dormidina (para combatirlo) y un toque de mi tendencia habitual de los últimos tiempos de ser la insomne del año. Sentía por la mañana como si una apisonadora me hubiera pasado por el cerebro, tal y como debe haberse sentido Keith Richards casi todas sus mañanas. 

De esa guisa, cruzamos en bicicleta el Golden Gate, y la corriente fría de California (decía Mark Twain que el invierno más frío que había pasado era una verano en San Francisco), junto con la neblina, me despejaron de un bofetón y hasta hicieron que me pusiera a cantar mientras pedaleaba y dejaba tras de mí una estela de recuerdos del día B. 


Al dejar San Francisco a los tres días de haber llegado, alquilamos un mustang descapotable. El señor de la tienda de alquiler, al vernos dar saltitos y hacernos fotos subidos en él nos miraba con cara de: “Qué fatiga me dais. Debéis ser los guiris un billón que hacéis idéntica escena. Ahora me apuesto dos cervezas a que pondréis a todo volumen Born to be wild"

Tras comer en Carmel by the sea, iniciamos el trayecto por el Big Sur, donde bordeamos una costa recortada de aguas azul lapislázuli y espuma, pero no sonaba Born to be wild, sonaban algunas de estas canciones: Bohemian rhapsody, Beyond the sea, Gloria (Mando Diao) o You are always on my mind. 


Mirando el sol desparramándose y deviniendo en rosa anaranjado y los bosques de secuoyas, pensé que en estos paisajes que íbamos atravesando debían tomarse las fotos que luego yo me dedicaba a buscar, y no siempre encontraba, en Tumblr o Pinterest. 


Y también aquí se encontraba la inspiración de escritores como Keourac o Henry Miller que luego inspiraron al resto de la humanidad. 

“I know we were conjugating the verb love like two maniacs” (Henry Miller) 


Tras muchos kilómetros recorridos, llegamos a LA. Siempre quise ir a LA, porque es la ciudad que de alguna manera ha configurado nuestra mente a través de las pelis y series con las que hemos crecido. Y como esperaba, me decepcionó un poco. Porque “nunca hay que cometer el error de contrastar nuestros sueños con la realidad”. 

Siempre que viajo, pienso cómo sería mi vida si hubiera crecido allí, ¿pensaría y sentiría cómo ahora? ¿Y si me hubiera venido hace quince años a Los Ángeles a hacerme actriz? Ay no, qué miedo... 


El hotelito de la playa de Venice, me parece de los lugares con más encanto de todo lo que llevamos de viaje. Me gusta por su sencillez, por las fotos de grupos de música y surferos en las paredes y porque hay una pizarra con tizas de colores en el cuarto. Además ponen café del bueno en el desayuno (sin grandes pretensiones) de la mañana. 


Tras dedicarnos un poco a las playas californianas y sus quehaceres (que no a bañarnos, pues el agua es gélida) nos aguarda la última parada del viaje: Las Vegas. 

En la sin city me siento como un chiquillo ante una tienda de chucherías al que le dan permiso para comer todo lo que quiera sin medida. Y al final se siente atiborrado y enfermo con tanto exceso de hedonismo. 


A ratos, entre tanto cartel luminoso gigante, tiendas abiertas 24 horas y personas jugando continuamente en los casinos, siento algo de agorafobia. 

Tras un caluroso paseo, nos sentamos a tomar algo en una terraza donde parece que cae la tarde, pero en realidad aquello es una decorado imitando las calles de Venecia, con un cielo y una luz de atardecer falsa, al más puro estilo El Show de Truman. 

En ese mundo artificial sólo deseaba encontrar algo que fuera auténtico. Y por suerte, entonces llegó una tormenta de verano perfecta.


He vuelto, además de sacudida, como siempre que uno viaja, con una sensación chula, como de septiembre. 

Tengo la cabeza llena de postales y fotogramas que me hacen sonreír. Mereció la pena las múltiples discusiones y nervios para preparar el día B. y este viaje. Mereció la pena complicarse un poco la vida y como decía Jodorowsky, hacer actos poéticos. 

Salvo algunos días donde me aguarda otro road trip muy especial, se avecina un verano en la ciudad que afrontaré buscando el consuelo en las noches de verano de Madrid repletas de planes, como cines de verano o las terrazas chispeantes y la agradable sensación de ir un poco al revés de todo el mundo. 

Pero que nos quiten lo bailado (y lo conducido). 








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