lunes, 4 de agosto de 2014

Agujeros Negros



Viajaré hasta el fin de la noche, derribando todas las fronteras, bajo un cielo azul de terciopelo, soñaré que ya no tengo miedo. Agujeros negros llenan el espacio, cuartos oscuros, esto se ha acabado.
Agujeros negros. La Habitación Roja


He pasado unos días en Valencia antes de instalarme en este retiro al lado del mar en modo dolce vita, dolce far niente. Después de comer pasaba algunos ratos en Ubik, la cafetería-librería favorita de mi barrio de Ruzafa, pero la música solía estar demasiado alta y yo sentada con mi ordenador o libro con pose hipster, me sentía algo incómoda y poco inspirada.

Me gusta pensar que tengo dos vidas, una en Valencia y otra en Madrid. Aunque en verdad, hay muchas más vidas dentro de cada uno.

En este tiempo que ahora habito, en el que tengo poco que hacer y no tengo hijos, a pesar de que estoy en la edad en la que perfectamente podría tener ya dos o tres y que el mayor estuviera a punto de hacer la comunión, me siento como una especie de extraterrestre en mitad de este universo de amigas y amigos que no les da la vida entre intentar criar a sus hijos, ser buenos profesionales y dormir un rato. Me pregunto si cuando los tenga, dejaré de ocupar el rol de hija y adquiriré de golpe el de madre. Y si eso implicará que la mía pasará de llamarme para preguntar si me alimento bien, prescindirá de prepararme tuppers cuando vaya a Valencia y tendré que relevarle y aprender yo a preparar las exquisiteces que se esconden en el interior de los tuppers maternos. ¿Seré capaz?, ¿me tocará hacer un intensivo estilo Masterchef de comidas tradicionales? “Macarena, las albóndigas están ricas de sabor pero el emplatado en el tupperware no me parece de recibo”.

Por ahora, los únicos seres vivos a mi cargo son dos plantas que habitan silenciosas en nuestra pequeña casa de Madrid y a las que de vez en cuando se me olvida echar agua, y las pobres, llaman mi atención desprendiéndose de alguna hojita para hacerme caer en la cuenta de que están pochas y sedientas.

Los días pasados en Valencia aproveché para darme un baño de multitudes, y al pasar un rato con los amigos de siempre recibía de cada uno su frasquito de energía, como si de un Actimel se tratara, que me hacía salir de tal o cual bar con el sistema inmunitario a tope. Estoy plenamente convencida de ese efecto saludable que producen algunas personas de elevar mis defensas naturales al hacer mi risa estallar.

Siempre pienso que el post que escribo será el último y echaré el cierre a este chiringuito sin mar ubicado en Madrid, que es este blog. Que no tengo nada que contar porque, no nos engañemos, tampoco leo tanto, ni escribo tanto como para tener el músculo entrenado, ni tengo tanto mundo interior. Porque la verdad, yo soy más del mundo exterior.

También pienso mucho si estaré haciendo bien las cosas o debería hacer como parece que hacen los demás. Y para ello observo el termómetro social, es decir el Facebook, y extraigo sesudas conclusiones sociológicas. Los hay que suben fotos con atuendos impecables para ir a la playa, otros lucen impresionante palmito; “es su momento” - pienso - tras un largo invierno de sacrificios en el gimnasio en el ocaso de la tarde, en ese rato en el que otros vamos derechitos al armario de las papas y los anacardos. Observo un poco más; hay abundancia de selfies, de pies en la arena, de “posados robados” en lugares paradisíacos, de copas de colorines y de noches en Ibiza. También hay algún surfero loco recorriendo los mares del Pacífico. Sin querer, los voy clasificando en aquellos que adolecen del fenotipo peterpanesco de los que no, y en general me parece una labor bastante sencilla. 

Me consuela pensar que este impasse que estoy viviendo ahora debe ser sano para mí. Mi ex jefa Marta contó hace poco en la presentación de su libro: “Entrena tu cerebro”, que éste necesita periodos de “no hacer nada”, porque sólo en esos momentos, alejados del estrés y de que la mente esté focalizada en algo concreto, es cuando se producen los llamados momentos ajá. Lo malo es que en esos momentos de lucidez no solemos llevar encima una libreta o una grabadora para retenerlos. A todos nos ha pasado tener una buena idea en alguna de las B´s: bed / bathroom / bike.

Así que mi cerebro está ahora más en calma chicha que nunca, fluyendo y mecido por las olas de los días sosegados a orillas del mediterráneo. Supongo pues, que esto deber ser para bueno para mí y mi capacidad de estar aquí contigo en esta conversación, sin que caduque y sin estar preocupada porque se hace tarde y me tengo que ir a cenar, deteniendo el paso del tiempo.

Puede que también me sirva como cura de humildad, aunque creo de verdad que tampoco me hacía falta (vale, ya sé que no queda nada humilde decir esto). Me refiero a que muchos de los que viven en la capital van por ahí pisando fuerte y con la cabeza bien alta, como si fueran las nadadoras de natación sincronizada cuando salen a escena y desfilan antes de lanzarse a la piscina. Aunque a lo mejor, como ellas, detrás del maquillaje waterproof y la sonrisa dibujada, tienen miedo, como todos. Pero es como si el hecho de vivir bajo el champiñón tóxico de Madrid les generara a muchos un halo especial, cierta superioridad con respecto al resto de territorio patrio.

Y yo ahora estoy viviendo a ratos como si hubiera roto la lista de los deberes pendientes. Estoy viviendo la vida con la agenda en blanco y no está del todo mal. Pero prometo que sólo será una época y que luego ya no me permitiré estas licencias.

Ayyyyyy… acechan atisbos de melancolía en este domingo por la tarde, aunque sea domingo de agosto y yo en estos momentos me creo un poco poeta maldito, en plan Rimbaud o algo así, y me da por ponerme canciones de Nacho Vegas, María Callas o Bunbury. Cuando mi hermana y yo vivíamos bajo el mismo techo y escuchaba que yo ponía canciones melancólicas porque sabía que andaba depre por algún amorío, corría a mi cuarto y me decía: “va, no te pongas canciones tristes, que es peor…” Pero la melancolía de domingo tarde era la que me hacía ponerme a escribir en la parte de atrás de las libretas del cole y eso, digo yo, era una pequeña victoria.

Ojalá me dejará de “rollos macarenos” (Juanjo dixit) y me sumergiera del todo en la vida contemplativa, sin sentirme un poco culpable.

Ahora sí, ya no aguanto más, este bar está a reventar. Se levanta la sesión. Pero de despedida te pongo esta canción que es maravillosa:




Aunque no sea conmigo. Bunbury











1 comentario:

  1. Vamos por parte, por importancia no dejes el blog, ni en la orilla ni en las profundidades ni en un banco de arena, de hecho ni siquiera aparcado porque si lo dejas ahí más de un mes te llega una gran multa por dejarnos sin reflexiones poéticas, que sería una buena etiqueta, nada de comedia, drama ni siquiera melancolía como esas canciones que para mí son bonitas reflexiones poéticas también, no son tristes son mensajes, es vida real y filosofía de vida, como este blog, donde pensar en alto sobre lo que ves, lo que sientes y lo que significa para ti es más que leer, escribir o tener vida interior, porque no hay vida interior o exterior, simplemente existe lo que nosotros creemos que es realidad una vez percibida y pasada por los filtros de nuestro cerebro, estomago, corazón y en algunos casos como el tuyo, además o sobre todo por el filtro del alma, el más importante y el menos abundante. No dejes de escribir porque simplemente asomándote por la ventana o escuchando una canción, simplemente cerrando los ojos y sonreír es suficiente para algunos tener algo que expresar y ese es tu caso, sigue así, no dejes este blog ni tu manera de ver la vida, el tupper puede esperar, la vida ixterior (interior y exterior ) no puede ni debe quedarse sin su ración de albóndigas de realidad y sueño, esas de las que tú tienes una receta especial y única. Espero tu próximo post.

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