viernes, 16 de mayo de 2014

Sexo débil

Cada vez que, al crecer tengas ganas de convertir las cosas equivocadas en cosas justas, recuerda que la primera revolución que hay que realizar es dentro de uno mismo, la primera y la más importante. Susana Tamaro.



Dicen que si escribes la palabra “sexo” es más fácil captar la atención, así que no me ha parecido del todo un mal título para esta entrada. Si bien, la expresión para designar al género femenino es bastante lamentable.

Hace poco, no me acuerdo por qué, me puse a ver esta charla TED de Sheryl Sandberg (Directora de Operaciones de Facebook). Tras el vídeo, estuve un rato leyendo en su página Lean In, que además da título al libro que ha publicado la susodicha y a todo un movimiento acerca de desigualdades en el ámbito profesional entre hombres y mujeres.




Y por si no te apetece verlo ahora, te cuento que la charla arranca con este titular: “En los países civilizados, la realidad es que muchas mujeres aún no están alcanzando la cima de sus carreras profesionales en ningún lugar del mundo”.

Y lo siguen algunos datos que aunque no son un secreto para nadie, llaman bastante la atención: De 190 jefes de Estado, sólo 9 son mujeres. De todo el personal parlamentario a nivel mundial sólo un 13% son mujeres. En el sector empresarial, las mujeres que ocupan puestos gerenciales o puestos de alta dirección, sólo alcanza un 16% aproximadamente. 

En todos los países del mundo el 95 por ciento de las empresas son dirigidas por hombres.

Antes de seguir, tengo que reconocer que yo suelo ser poco reivindicativa en casi cualquier tema. Y que incluso el feminismo acérrimo me aburre un poco. Pero algunas cosas de las que he leído se me han removido porque me he sentido muy identificada. Y me gusta de esta breve charla especialmente una cosa: que ponga el foco en aquello que nosotras podemos intentar hacer y sobre todo no hacer. Por ejemplo, no auto boicotearnos.

En mi día a día profesional, y ya adelanto yo que estoy muy lejos de ocupar un puesto de dirección, hay situaciones que vives a diario y que acabas dando por hecho, como por ejemplo que hagan más caso en una reunión al que lleva la corbata o que, a medida que pasa el tiempo, veas que en la mayoría de los casos los mejores puestos los van ocupando tus compañeros, amigos y conocidos (en masculino).

En la actualidad me encuentro realizando un máster de Compensación y Beneficios de fin de semana. Hace unos días, estaba tomándome un café con un compañero de clase en el descanso. Este compañero trabaja en una de las empresas españolas más relevantes del IBEX35 con presencia internacional, vaya, que no es ningún chiringuito. Su organización suele estar incluida además en la lista de best place to work. Me contaba mi compañero que cuando reciben las encuestas salariales y han de presentar sus datos de retribuciones “falsean” un poquito los números para que no se vea la falta de equidad salarial entre hombres y mujeres. Antes de contarme esto me dijo: “Negaré haber dicho esto”. 
Es otra realidad irrefutable; la brecha salarial de género persiste. En todos los sectores y todos los países del mundo, las mujeres siguen cobrando menos que los hombres por el mismo trabajo. 


Creo además que si juntamos a un grupo de mujeres profesionales, podríamos estar aquí hasta mañana contándonos vivencias y debatiendo sobre este asunto y sobre experiencias personales o comentarios dolientes que todos hemos escuchado alguna vez acerca de la maternidad y otras lindezas en el puesto de trabajo.

Lo digo (y escribo) desde la tranquilidad más absoluta, es decir, no estoy aporreando el ordenador con rabia, ni me hierve la sangre, ni se me hincha la vena de la frente. Tampoco voy a salir a la calle ahora mismo a revindicar los derechos de la mujer y la igualdad de género (Aunque a lo mejor debería hacerlo en vez de irme a tomar un vino por ahí, que es lo que pienso hacer en realidad).


Pero volviendo al tema de Sheryl y su movimiento, en Lean In se citan algunas investigaciones curiosas: 

En 1978, las psicólogos Pauline Clance y Suzanne Imes acuñaron el término "síndrome del impostor" para describir un sentimiento subyacente que a menudo acaba “boicoteándonos” los logros personales. Ese síndrome puede generar sentimientos con los que tenemos que lidiar ante un logro: ansiedad, debilidad, incomodidad, o incluso culpabilidad. “Muchas mujeres y hombres que conozco, parecen compartir estos sentimientos. Pero diversas investigaciones indican que son especialmente graves en las mujeres”, dice Sandberg.

Otro caso muy curioso relacionado con este síndrome: está comprobado que muchas veces cuando los hombres profesionales fallan o bajan su rendimiento en un proyecto, tienden a buscar las causas en el exterior para explicar los por qué (locus de control externo), mientras que las mujeres somos mucho más propensas a culparnos a nosotras mismas y asumir que eso se debe a un defecto o carencia personal (locus de control interno). Sin embargo, cuando las mujeres tenemos éxito, sucede lo contrario: solemos mirar hacia afuera en lugar de hacia adentro, posiblemente debido al “síndrome del impostor” que susurra en nuestros oídos que acabamos de tener suerte y no puede ser que seamos tan buenas como no están diciendo. Cuando algo lo hacemos bien solemos decir o pensar: “ha sido suerte, he trabajado mucho o me han ayudado”. Ufff… Reconozco que me he sentido muy identificada con esto.

Para colmo, nos hacen un flaco favor ciertos estereotipos sociales que seguimos arrastrando. Aún se espera que las mujeres seamos más cálidas, empáticas y preocupadas por los demás (y no por el dinero). Y se espera de los hombres, que sean más decididos, arriesgados y con carácter. Si una mujer muestra mucho carácter se le tacha de bossy (mandona). En este sentido, es muy llamativo el experimento de Columbia Business School de 2003, en la que el profesor Frank Flynn compartió el impresionante perfil de la emprendedora Heidi Roizen con sus alumnos. Pero a un grupo de alumnos les dijo que el perfil era de Heidi y en otros casos de Howard. Flynn pidió a los estudiantes que valoraran sus impresiones de la exitosa Heidi / Howard, y una cosa curiosa y deprimente ocurrió: Resultó que los estudiantes les gustaba mucho Howard, sobre todo que fuera exitoso, mientras que el éxito de Heidi fue criticado, sobre todo su forma de ser y actuar (bossy).

Si eres chico y estás leyendo esto, es bastante probable que estés pensando que somos unas exageradas y que en tu entorno profesional esto que cuento es ciencia ficción, que no ocurre, que ya salió la susceptible de turno. Pero querido amiguito, esto pasa y estas cosas aún las vivimos aunque sea de forma muy sutil.

¿Qué dice Sandberg que podemos hacer nosotras como individuos?
  1. Sentarnos a la mesa: No subestimemos nuestras capacidades, no tengamos miedo de ser asertivas, de parecer mandonas, de negociar o de levantar la mano.
  2. Que tu pareja sea tu compañero: Ya que dicen que las parejas con salarios parecidos y con reparto de tareas en casa equivalente, gozan de una mejor relación en todos los sentidos.
  3. “No te vayas antes de irte”. Cuando una mujer por ejemplo se plantea ser madre, a veces empieza a retirarse silenciosamente. Hay mujeres que se plantean tener un bebé y ya se están retirando antes de quedarse embarazadas, ¡incluso antes de tener pareja! Ya no levantan la mano, ya no buscan nuevos proyectos, ya no pelean un ascenso.
Necesitamos que las cosas cambien pero tenemos que recordar que nosotras tenemos también que asumir la responsabilidad de hacer que cambien. Empecemos por reconocernos un poco más y no auto boicotearnos.


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