Candi (& Co)
Always be drunk. That's it! The
great imperative! In order not to feel time's horrid fardel bruise your
shoulders, grinding you into the earth, Get drunk and stay that way. On what?
On wine, poetry, virtue, whatever
(…)
But get drunk (Charles Baudelaire)
But get drunk (Charles Baudelaire)
Ha llegado el frio a Madrid.
Llegó casi a la vez que se fue la basura de las calles. Yo no sé qué prefiero,
la verdad. No me gusta nada el frio. Me deprime un poco y además mi piel va
adquiriendo un tono gris marengo complicado de disimular, a pesar del colorete
y de los múltiples trucos femeninos.
Una buena opción y más en
esta ciudad, es refugiarse y entrar en calor en uno de los 15.248 bares que hay en la capital. Buscar el calor
en una taza de café, una copa de vino o una buena conversación que te arrope (no hay nada más erótico que una buena
conversación).
Los bares son lugares
estupendos para socializar, relajarse, reír, disfrutar del mejor momento del
día y conocer gente nueva. Seguro que también se puede conocer gente estupenda
en la red, pero yo soy más del “cara a cara”. Incluso cuando viajas a esa
ciudad soñada, tras un largo paseo o una visita pormenorizada al museé de Louvre
o a los museos vaticanos, estás extasiado de arte y belleza, pero estás deseando
hacer una parada técnica en algún bar, cafetería, bistro, restaurante, pub,
tasca, taberna, mesón o cantina (mariachi).
Desde que vivo en Madrid, me
gusta quedar con algunas amigas para descubrir nuevos lugares donde comer,
picar algo o tomar una copa de vino. Nos gusta encontrar lugares con encanto
pero que al mismo tiempo no sean un timo. No hace falta que te den mucho de
comer, pero que lo que te den esté rico, sea original, especial, se note que
hay calidad y buen gusto. Así hemos encontrado sitios muy recomendables o
sitios que “ni frio ni calor”, a pesar del “packaging”.
El otro día fui con María a Panela & Co. A pesar de que sólo me
tomé un café con leche y panela, tenía todo una pinta estupenda y disfrutamos
de un rato muy agradable. Además, si un nombre de una cafetería o bar lleva en
su nombre & Co, el nivel de “molar” se incrementa de golpe.
A veces soy yo la que lidera
y otras veces me dejo llevar a descubrir sitios… Hace poco me citó mi amiga
Carmen en Le Cabrera. Había oído
hablar mucho de este bar pero aún no había estado. Sí que había visitado la
terraza de la Casa de América en veranito (ay, añorado!!), pero no tenía nada
que ver. Llegué pronto, como a mí me gusta. Me encanta llegar antes de la
persona con la que he quedado sobre todo cuando no conozco el lugar. Así tengo
tiempo de husmear un poco, fijarme en su flora y fauna y disfrutar del placer
de esperar y de estar en un bar sola. Me arrellané en el cómodo sofá rodeada de
cocteleras y me puse a mirar la carta. Un camarero encantador se acercó, hincó su
rodilla en tierra y se plantó delante de mí. Por un momento temí que me sacara
del bolsillo un pedrusco y me pidiera matrimonio, pero no, el elegante barman ataviado
con ropa de El Ganso de los pies a
la cabeza (literal, porque también lucía gorra a cuadros) me preguntó si me
podía ayudar a elegir. Como era de esas personas que rezuman profesionalidad en lo que hacen nada más verle, me dejé
asesorar encantadísima y pronto me trajo un estupendo “tangerine”; una copa con
vodka, zumo de mandarina, arándanos y algo más que me llevó a otra galaxia de
placer gustativo.
Al cabo del rato, de forma
inesperada, apareció con otro cocktail y me dijo: “toma que ya te has quedado seca”.
Y no me lo cobro, ojo. Chapeau. He vuelto, claro.
¡Pero basta ya de hablar de sitios
estupendos! Yo aquí había venido a hablar de mi última obsesión!
Andaba yo hace unas semanas
un sábado cualquiera por la calle Noviciado tras haber desayunado tardíamente y
una voz nos hizo girarnos: “en casa Candi se sirve el mejor vermut de todo
Madrid”. Así se llama el bar, Casa Candi. Candi lleva literalmente toda la
vida regentándolo. “Mira, en esa foto tenía dieciséis años y empecé aquí a
trabajar”, dice orgulloso a todo aquel que acaba de entrar en su pequeño universo.
“¡Y ahora tengo sesenta y dos!”
Casa Candi debe conservar casi
exactamente la misma apariencia que el día que se subió la persiana por primera
vez. Un bar con escasas pretensiones estéticas, algunas fotos y recuerdos en la
pared con momentos que Candi te cuenta nada más conocerte. En la barra
encontramos los clásicos: ensaladilla, aceitunas, salpicón de pulpo, torreznos,
cacahuetes… El vermut, en efecto, es excelente.
¿No conocéis a Candi?
Disculpad, os lo presento:
Al escribir sobre el Candi
hablo desde la sensación de la que apenas conoce, de la que acaba de llegar.
¿Estaré siendo justa con mis apreciaciones?
Ese primer día que entramos,
Candi nos realizó el plan de acogida consistente en presentarse, encenderse un
cigarrillo: “Aquí se fuma” dijo tajante y luego hacernos una breve descripción
de la velada anterior. Te dice: “Ayer se lió una aquí hasta las cuatro de la
mañana. Me he acostado tres horitas y me he venido otra vez a poner desayunos.
Es que vino El Tomatito con unos amigos, se pusieron a tocar la guitarra y no
veas la que se armó”, dice mientras te ofrece un cigarro. Te lo cuenta todo con
gran entusiasmo, poca voz, pero hecho un pincel con su camisa limpia y su pelo
recién peinado hacia atrás.
Candi quiere que te
diviertas, quiere que te lo pases bien porque sabe de qué va el rollo. Y sabe
que se ha ganado una clientela fija, sabe cuál es su secreto, y su producto y
todo eso, digo yo, sin haber hecho un MBA en el IESE ni haber recibido cursos
sobre employer branding. Pero Candi desprende
una energía inusitada, con su voz rota, sus muchas horas tras la barra, sus
años, sus muchas copas, su toda una vida de trabajo… La verdad es que me
impresiona tanta vitalidad. Si ve que el ambiente está poco animado, coge un
palo flamenco, empieza a dar palmas o incluso se arranca por soleares.
Y siempre que entras en el
bar, Candi se alegra como si fuera un viejo amigo. Te saluda, te abraza o te
lanza un beso desde la barra.
Aquella primera vez nos
señaló unos recortes de periódico que tenía en la pared de El País; en él se veía la entrevista al director Enrique Urbizu,
director de “No habrá paz para los malvados”. La entrevista versaba sobre qué
cosas hacía él en un día normal de su vida. Al final de la entrevista señalaba:
“siempre acabo en mi afterwork
favorito, el Candi”. Y doy fe de ello. De todas las veces que he estado en los
últimos tiempos, más de la mitad de las veces ahí estaba el director apostado
en la barra entre amigos. En realidad hablando poco y observando mucho todo lo que
ocurre en el bar. Que eso es lo que debe hacer un buen director de cine, ¿no?,
captar trocitos de realidad, de cotidianeidad para poder destilarlos,
procesarlos y re-crearlos delante de una cámara. Candi te cuenta esta amistad
tan estrecha henchido de orgullo y cierto “postureo”. “Mira, voy a llamar a Enrique
a ver si se va a pasar”. Llama al
director, varios tonos después parece ser que salta el contestador y Candi
decide dejarle un cariñoso mensaje: “cabrón, cógeme el teléfono… ¡que te la pique un pollo!” y cuelga.
Ese primer día que entré en
el Candi, comenzó a sonar una canción que ya me acabó de cautivar del todo. Una
de las canciones en español más bonitas de todos los tiempos. Y me vino a la
cabeza una frase que sale en Jerry Maguire: (Querido
Candi), con el hola me tenías…
La
leyenda del tiempo. Camarón
El caso es que el Candi tiene
un encanto especial y siempre quieres volver. Además siempre es buen momento;
después del trabajo, cuando sales de casa un sábado y vas a hacer la compra,
para tomar la primera copa un viernes por la noche o para quedarte hasta las
cinco de la mañana (a persiana bajada y música en directo improvisada en el
interior).
Allí se concentra un público
variado, últimamente gente joven, artistillas, señoras, mayores, parroquianos
de toda la vida…
Igual que llegó un momento en
que la decoración minimalista en blanco nos saturó, de igual forma quizás
estemos saturados de tantos bares posh y
entrar en Candi es como llegar a casa y quitarte los tacones o aflojarte el nudo
de la corbata y empezar a ser tú mismo. Y respirar.
Abrazos y nos vemos en los
bares!
Me encantan ese tipo de bares!
ResponderEliminarCelia, te encantará!! Tenéis que veniros a madriles a tomar el vermut, que se os echa de menos!
EliminarHola!! Acabo de leerlo! Tenemos más bares pendientes, que la lista aumenta y gracias por presentarme a Candi, no lo conozco pero ya me encanta! beso
ResponderEliminarCarmen!!! cómo me mola esa lista!! gracias a ti por presentarme aquel de Castellana, Le Cabrera y los que quedan!! Candi es todo lo contrario pero te gustará seguro!
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