Dentro de unos días cumplo treinta y tres tacos y
voy a intentar evitar añadir la coletilla, “la edad de Jesucristo”. Bueno, se me ha
escapado.
No sé si a todo el mundo le pasa lo mismo. A mí me
ocurre que me veo siempre exactamente igual, aunque sospecho que la gente que
hace tiempo que no me ve pensará que me hago mayor, al igual que me pasa a mí
cuando me encuentro con casi todos ellos. Creía también que al crecer iría
ganando en autoridad y seguridad en mí misma… Pche, pche.
La Costa Brava. Treinta y tres
El pasado sábado acudí con unas amigas a una sala de
Chamberí, el Caravan, un sitio bastante chulo donde hacen continuos
conciertos, pinchan música de los 80 y afortunadamente las copas bajan de los
diez euros. Era llamativo, eso sí la juventud de la clientela. Fácilmente yo
estaría en percentil .85 de los mayores del lugar. A veces me siento muy mayor
y a veces me siento una cría. Sin términos medios.
De repente pusieron la canción de Cristina
y los subterráneos: “Cuando crees
que me ves cruzo la pared, hago “chas” y aparezco a tu ladoooo”... Hacía un
siglo que no escuchaba esa canción. Una amiga y yo comenzamos a bailar
emocionadas la una frente a la otra con amplios gestos de manos y brazos especialmente
en el momento del “hago chas”. Me percaté de ciertas mirada de algunos “veintipocoañeros”
y en ese momento me recordé un poco a las típicas señoras que en las bodas viven
su momento de gloria en el centro de la pista cuando el dj correspondiente
pincha las típicas canciones del comienzo del baile (Dancing Queen, Quince años tiene mi amor, It´s not unusual, de Tom
Jones, etc.) Tú en ese momento estás haciéndote fuerte en la abarrotada barra
libre a la espera de que vayan dejando hueco para los “jóvenes”, y cuando por
fin consigues tu Absolut limón observas desde la barra y te da un pelín de
risa.
A veces no te das cuenta de que las cosas cambian
porque estás tú mismo viviéndolas en primera persona, pero todo cambia, nada es… Lo único constante es el cambio.
Desde hace un tiempo me da por imaginarme a mí misma
hace uno o dos años y pienso qué cara habría puesto si entonces alguien me
hubiera anticipado que en breve ocurriría esto o lo otro. Habría alucinado.
Si me hubieran dicho que, al venirme a Madrid
recuperaría a una amiga que tuve en Londres, de aquella época que me fui a trabajar
de camarera unos meses, tras aquellos dos años que pasé preparando el PIR y que
al no aprobar pensé que había tirado mi tiempo a la basura.
Si me hubieran dicho que este año en una ocasión le
daría clase al mediático, guapo y educadísimo controlador aéreo, que haría un
proyecto en “la Casa de las Palabras”… Si me hubieran dicho que mi hermana me
anunciaría que pronto me hará tía y que mi gran amigo (otro Peter Pan) del alma
me haría tía postiza también. Si me hubieran contado que me ofrecerían irme a
trabajar con una persona a la que admiro profesionalmente desde hace años y por
fin, cambiaría de vida.
Si me hubieran contado las casualidades, los
momentos, el sueño de una noche de
verano…
No me lo hubiera creído, claro.
Dijo Steve
Jobs en su famosísimo discurso de Stanford, que a veces los puntos se unen.
Los puntos se unieron. Y la vida a veces es muy perra y normalmente va pasando,
sin más, con sus problemillas, sus rutinas, sus alegrías, sus días grises y
soleados. Pero a veces, como dice Alejandro
Jodorowsky, ocurren milagros y “actos poéticos”. Y hay que ser consciente de
ellos para cuando vengan las épocas aciagas.
Sólo a veces hay pequeños destellos de luz y sientes
que estás en la cima del mundo. Sólo puedes estar agradecido y en paz con la
vida. Y te apetece bailar como una loca y hacer mucho el ridículo.
Acechan los 33. Acechan más patas de gallo. Se
avecinan cambios “ilusiontes”.
Chchchchchchchhchchchchchc…
Changeeeseeees!!
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