Cuando empecé vivir en Madrid hace un año y varios meses, poco sabía sobre los barrios de la capital, más allá de lo que te suena de toda la vida, del Monopoly y de los fines de semana que había pasado aquí y que casi siempre consistían en pasear por la Latina y tomar una copa al atardecer en El Viajero.
Los amigos que viven o
vivieron en esta ciudad, me habían contado historias terribles sobre lo que
suponía buscar piso en Madrid; historias de lugares casi insalubres, de caseros
despiadados, de agujeros enanos en los que vivir, donde casi había que
agacharse para entrar en casa, como el la peli “Being Jon Malkovich”.
Mi piso lo encontramos a la
tercera visita. Ya estábamos bastante desmoralizados con lo poco que habíamos visto,
pero apareció este piso pequeño y céntrico; “Demasiado céntrico”, dijeron dos personas
que nada tenían que ver entre sí el mismo día. Era pequeño, blanco y acogedor, y al entrar vi que a través de la ventana se divisaban
al fondo unos arbolitos y una chimenea humeante. Nos encantó. Allí nos quedamos
a vivir.
Cuando tuvimos tiempos para
ubicarnos, nos dimos cuenta de que nuestro hogar estaba al lado de la ruidosa
Gran Vía. Ahora procuro evitar en mis rutas a pie esa arteria congestionada de tráfico
y mareas humanas y camino por San Bernardo o me meto a través de mi barrio
favorito: Malasaña.
Hay un millón de sitios en Malasaña
a los que ir. Voy a comentar algunos que en los últimos tiempos visito con más
frecuencia, pero hay infinitos más.
Mi sitio favorito para
quedar últimamente es un café que se llama La Bicicleta. Es un sitio para todo:
desayunar, brunch (puñetero término...),
comer, trabajar (o workplace, que
mola más), quedar, hacer o ver exposiciones o tomar un copazo al atardecer o al
anochecer…. Todo ello con un ambiente 100% malasañero, con gente de todos los
colores y con una estética algo decadente. Fabuloso.
Existe otro lugar especial, donde
predomina el diseño y la estética, que últimamente siempre enseño a todo aquel
que pasa de visita por Madrid, para que vean que mi barrio tiene sitios
elegantes y vanguardistas: Kike Keller. Es un bar de copas y sobre
todo sala de exposiciones de nuevos diseñadores en un espacio único. La
decoración y los artistas que exponen van cambiando a menudo. Para mayor
aliciente, la última vez que lo visité, los camareros vestían camisas vaqueras
y faldas escocesas con muchísimo estilo. No todo el mundo se lo podría
permitir, claro.
Tipos Infames (qué
gran nombre ¿eh?), es un café librería, donde encuentras gran variedad de
títulos y autores conocidos, además de narrativa independiente. Todo ello
regado con un café, o mejor, una copa de vino.
Existen pequeñas salitas donde
se come increíble a buen precio y en un entorno agradable: El Cocinillas, Mari Castaña
y, como último fichaje: la Tape.
Una amiga me habló hace unos
meses de una opción cultural que me pareció muy original, una fórmula que ha
tenido y tiene mucho éxito y atrae a un montón de público y actores más o menos
alternativos, que aunque estén trabajando en obras, teatro, TV o cine, se dejan
caer por el Micro Teatro para representar alguna obra de quince o veinte
minutos. Un concepto novedoso en micro salas; teatro breve, cervezas y caras
conocidas. Micro Teatro por dinero.
Algunos lugares para cenar, permanecen
inalterables al tiempo y las modas y están siempre llenos porque se lo merecen;
pertenecen al mismo grupo: la Musa y Ojalá. Si se echa mucho de
menos el mar, en la parte de abajo del Ojalá, puedes hundir los pies en la
arena de playa mientras cenas.
Una de las primeras veces
que salí por la noche en Malasaña, me llevaron a una sala donde nada más entrar
respiré el espíritu de los ochenta, época que tanto me hubiera gustado vivir
teniendo veinte años, se trata del bar de Antonio Vega, El Penta. Allí se
escuchan canciones del pop español más ochenteras y también más actuales. Todo
en español. Una frase de la canción Lucha de Gigantes, corona toda la
barra: “Dime que es mentira todo, un
sueño tonto y no más”. Cuando llevaba tres minutos dentro ya supe que me
había ganado para siempre. Posee un defectillo habitual de los bares de Madrid;
siempre está a reventar. Siempre. Supongo que por su carácter de santuario de
la movida y del gran Antonio Vega.
Bares,
qué lugares…
Hay miles de bares y lugares
especiales más que componen este barrio cósmico de Malasaña. Pero tampoco
quiero ser pesada, tampoco quiero vaciarme del todo. Poco a poco. He puesto
varios de lo mejorcito. Pero lo mejor está por llegar.
Con todo, el lugar y el
momento más especial de este barrio para mí fue éste; Fue en julio, una noche de
mucho calor, íbamos en chanclas, compramos una pizza y unas latas de cerveza
para cenar en la calle. La plaza de San Idelfonso estaba llena de gente, en las
mesas y sobre todo en corros en el suelo. Había también grupos de amigos que se sentaban en los bancos o
en las escaleras de la iglesia. Parecía que estábamos en la plaza de un pueblo.
Sentados en el suelo, mientras cenábamos, un artista callejero nos hacía reír
con imitaciones y malabares. Lo recuerdo porque, fue de esos momentos en que mientras
está ocurriendo eres perfectamente consciente de que eres feliz en ese preciso
instante. No hace falta que pase el tiempo para valorarlo.
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