"A
los veintidós años, en primavera, Sumire se enamoró por primera vez. Fue un
amor violento como un tornado que barre en línea recta una vasta llanura. Un
amor que lo derribó todo a su paso, que lo succionó todo hacia el cielo en su
torbellino, que lo descuartizó todo en una arranque de locura, que lo machacó
todo por completo. Y, sin que su furia amainara un ápice, barrió el océano,
arrasó sin misericordia las ruinas de Angkor Vat, calcinó con su fuego las
selvas de la India repletas de manadas de desafortunados tigres y, convertido
en tempestad de arena del desierto persa, sepultó alguna exótica ciudad
amurallada. Fue un amor glorioso, monumental. La persona de quien Sumire se
enamoró era diecisiete años mayor que ella, estaba casada. Y debo añadir que
era una mujer. Aquí empezó todo y aquí acabó (casi) todo." Sputnik, mi
amor. Haruki Murakami.
Era
una tarde de principios de verano y habíamos quedado para tomar la típica
copita de vino de después del trabajo. Ese líquido púrpura que al darle el
primer sorbo te dibuja una sonrisa fija en la cara al estilo joker, te produce
un brillo inconfundible en los ojos y te hace tararear internamente: nananananaaaaaa.. la dolve vitaaaa…
Madrid, ahí fuera, como siempre bullía en caos, pero en aquella terraza oasis en
medio de la jungla de asfalto, María y yo estábamos mecidas por el aire tibio
del final de la tarde y el murmullo ligero de la gente guapa. Era una tarde que
sí, esta vez sí, parecía que por fin la meteorología se comportaba de forma cuerda
y decidía acompasarse a la fecha que marcaba el
calendario… Aunque me equivocaba.
María
me iba narrando los planes que tenía para este verano. Y no sé por qué… No sé qué
conexión sináptica en su cerebro se produjo, no sé si fue el viento, o el ocaso
de la tarde, o algún parecido que vio en uno de aquellos madrileños guapos y
repeinados, o algún sabor diferente en el fondo de la copa de vino, me empezó a
contar una historia. Era una historia casi infantil. Era del increíble hombre
que bajó de las estrellas. Y no era David Bowie en aquella película.
Me
hizo gracia ese comienzo. Yo que creía que no existían ya esas historias pasada
la barrera de los 30, pero parece ser que sí, que ocurrió, o quizás solo estuvo
en su cabeza.
¿Cómo
era él?
Pues
al principio le pareció un chico callado. Le conoció una calurosa noche de
julio. En una de estas cenas con más amigos. Al verle, sintió un cierto mareo y
mientras fue acercándose a la mesa donde estaba él hubo como un fundido en negro.
Pensó: Me caigo… y luego: se me ha complicado la vida. ¿Cómo fue la velada?
Estuvo bien, “como una pompa de jabón”.
Él
no habló mucho, María, como siempre que se pone nerviosa, sufrió incontinencia
verbal... Cenaron, ella poco y bebieron, ella mucho.
Se
enamoró hasta las trancas. Como una niña, como las primeras veces. Como esa
peli que viste una vez y te dejó insomne varias noches, como aquella primera
vez que la besaron.
Dicen
que el estado de enamoramiento se debe, ente otras explicaciones más biológicas a una hormona llamada DHEA. Esta
hormona, además de ser llamada la hormona de la juventud y de la felicidad es
liberada cuando sentimos enamoramiento y produce un gran bienestar y una gran
activación…su ausencia o escasez se asocia con estados de depresión. Pero no se
puede estar siempre bajo los efectos de esta hormona porque es agotador y devastador.
Pronto
llegaron las vacaciones y los viajes. Y María viajó lejos. Pero se coló su recuerdo
en la maleta y allá donde estuvo se preguntaba continuamente: ¿le gustaría esta
playa? ¿le gustaría este plato?. Y
pasadas las vacaciones siguió preguntándose muchas cosas: ¿le gustarían mis
amigos? ¿le gustaría mi cara recién levantada?
Todo
era un gran absurdo, pero esa intuición reclamaba su derecho a estar presente.
Pasó
mucho tiempo hasta que volvió a verle, pero cada noche el ser cósmico, se
empeñó en aparecerse en sueños, como un intruso, como un espía, como un
extraterrestre.... No sabía ya qué hacer...
I just don´t know what to do with myself. The White Stripes
Después
de aquello coincidieron en algunos lugares. En un concierto, en una fiesta de
amigos en común, en una boda… Fueron siempre encuentros fortuitos, con prisa,
nunca fue un buen momento para hablar. Pero ¿y él qué?, ¿sintió algo por ti?
-
No tengo ni la más remota idea. El momento cumbre fue en aquella boda.
Encontramos un momento para hablar tranquilamente. Aquella boda estaba en su
momento climax, todo el mundo bailaba, apuraba la barra libre e incluso se
había improvisado esa conga que nunca falta en ninguna boda.
Sin
embargo María dejó de escuchar y percatarse de todo lo que ocurría a su
alrededor y en aquella noche aquel chico algo callado creó burbujas de silencio
en el desierto de sus ruidos.
Hablaron
de sus trabajos, de la infancia, de música, de las bodas... Rieron… Estuvo
bien.
- Creo que aquella vez, noté en su voz
algo de interés, pero entonces mi amiga Carola se enganchó una melopea de tres pares de narices, rompió una copa y acabó clavándose un cristal en el pie… Claro,
tuvimos que salir corriendo, aquello no paraba de sangrar.
Pasó
el tiempo y dejó de verle. Creo que se mudó de ciudad. Pasaron algunos años y
algunos novios también. Dice la ley de la atracción, que si piensas mucho en
algo o alguien lo acabas atrayendo. Así María se lo encontró de forma
inesperada hace poco en las calles de Madrid. No sabe si fue el DHEA o qué pero
ella notó la sangre hervir dentro de sus venas, su frente arder y algo en su
interior a punto de explotar.
Él
llevaba un niño en brazos y en la otra mano llevaba una bolsa con comida. María,
de nuevo en ese instante se sintió muy infantil y muy conmovida ante su
presencia y la de un niño que era su viva imagen... Treinta años menor.
Como todas las historias más bellas nunca pasó nada entre ellos. Dicen que hasta los huesos sólo queman los besos que no has dado. Como era un ser cósmico, María me hablaba de esta historia como un eterno desencuentro. ¿Te acuerdas del libro Cuatro amigos de David Trueba? ¿Cuándo hablan de los eclipses? Como la luna y sol. Condenados a no estar juntos.
“Cuenta una leyenda china la historia de dos
amantes que jamás logran reunirse. Se llaman Noche y Día. En las horas mágicas
del atardecer y el amanecer los amantes se rozan y están a punto de
encontrarse, pero nunca sucede. Dicen que si prestas atención puedes escuchar
sus lamentos y ver el cielo teñirse de rojo de su rabia. La leyenda afirma que
los Dioses tuvieron a bien concederles algún instante de felicidad y por eso
crearon los eclipses, durante los cuales los amantes logran reunirse y hacer el
amor. Tú y yo también esperamos nuestro eclipse. Ahora que hemos comprendido
que ya nunca volveremos a encontrarnos, que estamos condenados a vivir separados,
que somos la Noche y el Día”. Cuatro amigos. David Trueba.
Volví
hacia casa andando, a ver si se me pasaba un poco el efecto de las tres copas de
vino. Caminaba por calles perpendiculares a la Gran vía; Barquillo, Hortaleza,
Fuencarral, Tribunal, Pez y casa.
Antes
de irme a dormir, me asaltó una duda. Le mandé un wassap a María: no me has
dicho cómo se llama el protagonista de tu historia.
Pasan
los minutos pero no me contesta. Hace rato que no mira el móvil.
Bueno, pues lo llamaré... El increíble hombre que bajó de las estrellas, o algo más cortito, el Astronauta. Así, en mayúsculas.
Bueno, pues lo llamaré... El increíble hombre que bajó de las estrellas, o algo más cortito, el Astronauta. Así, en mayúsculas.
Cosmic girl. Jamiroquai
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